jueves, 4 de agosto de 2011
“Belleza Roja”
Posa la quijada en su puño izquierdo, con la derecha frota sus ojos suavemente, esas horas parecían interminables. Nuevamente reaparecen las señales de cansancio, repite el proceso de frotar sus ojos con su mano derecha y con un simple bostezo termina esa pintura barata. Su rostro reflejaba infelicidad, desolación. Ese sueño que tuvo de pequeño se rompió, ser un exitoso pintor cuesta sudor, empeño... pero aquel hombre vivía en pobreza, su infamia lo caracterizaba, hundido en ese pozo de desgracia y soledad que hacían quebrar sus fantasías, penetrando su pecho como una daga, provocando así sangrar sus ganas de vivir y escupiendo lágrimas en vano queriendo encontrar la solución.
Ferembert, Leonardo Ferembert, con ya 60 años de edad cumple con la desgracia de llevar una vida un tanto humillante y penosa. Aquel hombre convivía con su tesoro más preciado, una adolescente tan bella, frágil, sus ojos eran diamantes divinos, sus labios secos tan seductores y su mirada un rayo que hacía temblar el mundo al observarla; fue fruto de un amor perdido, esa mujer que amó se esfumo en la penumbra de un pavoroso invierno, con sus pulmones en plena putrefacción dejó descansar su alma en la suave brisa de la muerte, ese cáncer acabó con la esperanza de una familia feliz e hizo brotar un sentimiento de tristeza y dolor.
Dando un paso tras otro desciende por las escaleras, con su joven y hermosa hija esperando en la mesa, se sienta en la orilla de la silla tratando de tragar ese alimento tan seco que solo provocaba no querer dar un bocado más.
-¿Crees qué alguna vez podrás vender una pintura tuya?, quisiera alguna vez poder comprarme un vestido nuevo- dijo su hija mirándolo fijamente a los ojos con tanta inocencia.
El hombre la miro con pena y respondió...
-Lo único que quiero hija es que seas feliz, pero siento impotencia al no poder darte las comodidades que quieres, sabes que ya estoy viejo para esto...-
Con lágrimas en los ojos, la joven pidió perdón a su padre abrazándolo y con un beso en la frente subió a su cuarto sin decir una palabra más.
Leonardo yace postrado en la silla mirando al suelo sin buscar nada, lo que había pasado lo marcó mucho, no podía hacer feliz a su hija, era un hombre pobre, nunca quiso esa vida pero el destino prefirió que sufriera su desdicha.
Esos días pasaron, días irritantes de no ganar nada con aquellas pinturas que a nadie interesaban. Leonardo llega a su hogar con frustración, arrastra sus pies hasta la silla del comedor y se posa en la orilla de la misma como siempre, recuesta su cabeza en la mesa y por instantes logra descansar, pero algo lo despabiló, escucho a su hija toser como nunca antes, daba pavor, parecía querer expulsar su corazón por la boca, aquello lo hizo levantarse de la silla y con prisa socorrerla, la belleza yacía con sus maños alrededor de su cuello tratando de respirar. Leonardo la cogió con sus brazos y logro llevarla al hospital más cercano de la ciudad, el miedo lo asfixiaba, su corazón latía tan fuerte que parecía saltar de su pecho, lágrimas se deslizaban por sus mejillas, su tesoro más preciado, la sangre de su sangre, su familia...
Sentado en la orilla del banco del hospital yace Leonardo ahogado en pena, aquel momento paso, pero aún esperaba la respuesta del medico, ¿Cómo estará su belleza?, ¿Estará bien?, preguntas así pasaban por la mente de aquel atormentado hombre. Suspira profundo y rascando su cabeza sigue esperando la respuesta del medico.
De pronto una puerta se oye abrirse, Leonardo salta del banco y mira con desesperación...
-¿Sr. Ferembert? soy el Dr. Cabrera, tengo noticias de su hija-
-Dr. dígame ¿Cómo está ella?,-
El hombre lo mira, y frotando su frente lo invita a pasar a su oficina.
-Sr. Ferembert hay algo que usted debe saber, su hija tiene un estado clínico bastante delicado, dígame... ¿No la ha notado un poco más delgada de lo común?
-Ahora que lo menciona Dr. … si … -
-Ese cambio de peso tiene una respuesta complicada... -
El especialista, con una breve pausa declaró cauteloso el resultado de los exámenes, y con solo una palabra cambió la mirada de Leonardo...
-Cáncer -
(Silencio...)
-Su hija tiene una enfermedad brutal, si bien ella no es fumadora ni tampoco lo fue, el cáncer de pulmón se muestra como hereditario, pocos de las personas con esta enfermedad superan el mal, pero la mayoría … usted me entiende. Lamento lo que esta pasando, creame realmente lo lamento, pero con los avances de la ciencia, quimioterapia y diversos medicamentos podrían salir adelante, pero todo esto costará mucho dinero-
El medico se levantó de su asiento puso la mano en el hombro de Leonardo y volvió a decir
-Lo lamento, creame realmente lo lamento...-
La noche era vulgar, relámpagos golpeaban los cristales de su casa, el sonido de la lluvia era tenebroso, y aquella noticia hizo brotar en Leonardo una dolorosa agonía, su tesoro más preciado, la sangre de sus sangre, su familia... no podría estar pasando... a ella no... Dios fue tan cruel con el, ¿Por qué?, ¿Por qué?... ¿Por qué?
La noche aún era cruel, su hija sufría una fuerte inflamación en su rostro se podría decir que hasta había perdido su belleza pero para él nada cambio. Al ver que su
bella logro cerrar los ojos decidió ir a la cuidad por unos medicamentos y bajo la lluvia emprendió su caminata. En aquel camino cruzó un pequeño bar, no podía comprender eso que corrió por su mente, pero no lo pudo evitar, estaba demasiado débil y necesitaba una manera de borrar su pena. Esa noche se hundió en alcohol dejando volar el sufrimiento. Vagando por las calles llegó a un amplio campo, sus piernas temblaban, no podía ya mantenerse de pie, y cayendo en el pasto dirigió su mirada al cielo, después de la lluvia las estrellas se escondieron, la luna se esfumo, pero algo extraño comenzó a brillar, ¿Qué sería?, era extraño... comprendía un color rojo, un rojo... bello, era despampanante, parecía mágico, irreal, pero hermoso...
-Oh estrella, contaminas mi mirada con tu belleza, ¿Cómo puedes irradiar tanto sentimiento?¿A caso mágica eres?... Oh estrella, mi hija, mi pobre hija yace en su cama enferma, si tan solo pudieras ayudarla, si mágica eres pues curarla puedes, Oh estrella-
En ese instante la única y extraña estrella roja comenzó a titilar, era indescriptible, parecía querer comunicarse con el hombre, y aquel tan ignorante cayó en un estado de delirio y comprendió que trataba de decir, ya que mágica era solo aparecía 3 veces en 200 años, y en esos días podías pedir 3 deseos, ni uno más ni uno menos. Cruzaba la línea de lo sobrenatural, ¿será real?, o era tan solo imaginación de aquel pobre alcohólico que ahogado en pena estaba... ¿Podría ser?, pero en ese momento Leonardo comprendió que eso que vio no era imaginario, y en su mente una idea surgió...
-Hermosa estrella, creo en tu existencia, se que mágica eres, podrías... ¿podrías tu hacer que mis obras se vendan para poder comprar aquellos medicamentos para mi hija?...-
Y esfumándose en el aire la estrella desapareció dejando caer gotas de lluvia. En aquel momento Leonardo volvió a su hogar y al ver a su hija aún dormida se dirige a su habitación y comienza un sueño profundo, uno que hace tiempo no conseguía tener.
Al día siguiente nada parecía haber cambiado, dentro de su ser Leonardo se sintió desilusionado, aquella hermosura lo decepcionó, quizás si era una ilusión. El pobre hombre junta sus pinturas y como es su trabajo concurrió a las calles a tratar de venderlas, con un beso a su hija salió en busca de un milagro para su tormento. En el transcurso del día, nada con respecto a ese deseo sucedió, hasta que... un hombre un tanto elegante observó las obras de Leonardo y con mirada interesante saco dinero de sus bolsillos y con una sonrisa en su rostro le pidió a cambio las pinturas... ¿Por qué?, tal vez un milagro, tal vez solo suerte, no, aquella hermosa estrella había cumplido con su palabra, era real, ¡era mágica!.
Con tanta alegría Leonardo se puso a reflexionar sobre la situación, aún le quedaban 2 deseos más, ¿que pedir?, ¿bienes materiales?, ¿riqueza?, solo eso se le venía a la mente, pero luego pensó en su hija y con tanto dinero en las manos, se preguntó si aquel vestido que ella tanto añoraba le haría sentir bien, solo eso, solo eso vino a su mente... Al regresar a su hogar, su hermosa yacía en su casa un poco mejor y al ver entrar a su padre una sonrisa se dibujo en su rostro infantil, pero cuando vio aquel regalo la joven se regocijó de alegría lanzándose a los brazos de su padre, fue el regalo más hermoso que había tenido.
La noche era un manto de negra brea, sin estrellas, sin luna, y en Leonardo el sentimiento de alegría lo roso,
-Aquella hermosa estrella reaparecerá, y cumplirá mi segundo deseo, lo presiento, se hará realidad... - dijo el ingenuo y corrió a aquel campo donde su bella estrella hacía sus apariciones. Al llegar la hermosa roja estaba allí...
-Oh hermosa estrella, gracias, gracias por cumplir mi deseo. Lo eh pensado y ya que mi hija ah mejorado con aquel regalo, quiero ahora darle alimento, alimento bueno para que vuelva a ser la de antes... se que lo harás, Oh hermosa... - Al terminar de decir estas palabras, la estrella desapareció en la oscuridad de la noche y gotas de lluvia comenzaron a salpicar el rostro de Leonardo.
Golpes en la puerta despiertan al pintor, baja las escaleras, un paso tras otro, eran sus vecinos que preocupados por su hija, trajeron alimentos para su recuperación, era un sueño, aquello que pidió a la estrella se hizo realidad, la gigante roja cumplió con su palabra. En los ojos de su hija luces de felicidad nacían, pero su rostro expresaba dolor, angustia, su enfermedad nunca cesó, pero a su padre esa realidad nunca cruzó por su mente, entonces, esa misma noche pediría el tercer y último deseo a la hermosa y roja estrella.
La noche era extraña, su color era un negro opaco, pavoroso, los relámpagos no paraban de caer, las estrellas ya no existían, luna se había quebrado, ya no estaba, pero a Leonardo ya nada le importaba, aquel día sería el último al igual que su deseo, abrió la puerta del comedor y se dirigió a aquel campo donde la hermosa estrella aparecería por última vez. Al llegar, aquella belleza parecía querer desaparecer en lo más oscuro del cielo, sería su última aparición.
-Oh hermosa estrella borrosa es tu imagen y este último mi deseo, Oh hermosa, hoy vi en mi hija una mirada vacía e infeliz, quiero que mi niña encuentre la felicidad, que no sienta dolor alguno, quiero ver una sonrisa en su joven rostro, quiero … que sea feliz por siempre... - Y al terminar estas palabras la hermosa roja se perdió en la oscuridad de aquel cielo, las estrellas volvieron a aparecer, la luna brillaba como nunca, y ninguna gota de lluvia cayó, era aquella una bonita noche, esa belleza hizo su despedida única, dejando un hermoso paisaje. Al llegar a su hogar Leonardo colgó su abrigo en el perchero y con una sonrisa en el rostro se dirigía hacía su joven niña, dando un paso tras otro llegó a la habitación de la bella y ese gesto de felicidad se borró de su rostro al contemplar que su hija, su tesoro más preciado, la sangre de su sangre, su familia yacía en su cama... muerta... con una sonrisa en su rostro la pequeña descansaba en paz, ahora era feliz, sin esa agonía, sin ese dolor, aquel deseo que pidió a la estrella se hizo realidad, logró encontrar la felicidad, el descanso eterno, pero lo que Leonardo no tomó en cuenta fue... su enfermedad, si aquél hombre hubiera pedido curarla su bella aún estaría a su lado, quiso que fuera feliz de diferentes maneras, pero esa mirada que la joven le demostró fue de dolor, dolor por aquella agonía... ¡Oh agonía!, ya estaba en un mejor lugar...
Leonardo yace postrado en la silla mirando al suelo sin buscar nada, lo que había pasado lo marco mucho, no podía hacer feliz a su hija, era un hombre pobre, nunca quiso esa vida pero el destino prefirió que sufriera su desdicha.. Aquella hermosa roja cumplió, cumplió...
Avalos María Luz.
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